La sexualidad es una dimensión fundamental del ser humano que incluye no sólo el sexo biológico (las características físicas y fisiológicas que diferencian a los hombres de las mujeres), sino también el género (los papeles y comportamientos que se consideran apropiados en una sociedad determinada), la identidad de género (la sensación interna de ser hombre o mujer, o algo fuera de estas dos categorías) y la orientación sexual (la atracción romántica y/o sexual hacia hombres, mujeres, ambos o ninguno)[2][3].

Es importante reconocer que estos diferentes componentes de la sexualidad existen en un espectro, y que los individuos pueden situarse en cualquier parte de ese espectro, reflejando una diversidad de identidades y experiencias. Por ejemplo, una persona puede identificarse como agénero, lo que significa que no se identifica con ninguna identidad de género tradicional y se considera no sexista o neutra. Del mismo modo, una persona puede identificarse como aromática, lo que significa que no siente atracción romántica hacia otras personas[3].

La sexualidad también se ve influida por diversos factores sociales, culturales y políticos. Por ejemplo, los estereotipos de género, las expectativas sociales, las leyes y políticas y las actitudes culturales pueden influir en la forma en que las personas experimentan y expresan su sexualidad. Por lo tanto, es esencial tener una comprensión matizada e inclusiva de la sexualidad que reconozca y respete esta diversidad de identidades y experiencias.